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La cara más dura de Europa.

Con una ovación de seis minutos respondieron ayer los 1.000 delegados cristianodemócratas al discurso en el que la canciller alemana se presentó como la líder capaz de sacar a Europa del atolladero.

El mismo partido que hace unas semanas hizo tambalear la aprobación del nuevo Fondo Europeo de Estabilidad Financiera en el Bundestag alemán, a causa de votos díscolos y de la intensa crítica interna, dio ayer a Merkel por aclamación el permiso que necesitaba para abordar una reforma de la Constitución que permita nuevos y rápidos avances en la unión económica y monetaria europea.

«Vivimos un cambio de era», anunció con aires proféticos. «Esta es la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial», advirtió, situando a su partido en una situación de responsabilidad histórica.

Fue una jornada de éxito, enmarcada en el congreso de la CDU en Leipzig, con la que la canciller marca un punto de inflexión en esta segunda legislatura y se orienta hacia la preparación para un tercer mandato. Viene de perder siete elecciones regionales en un año, debido al descontento por las millonarias aportaciones a los rescates europeos, pero ahora renace de sus cenizas y se fortalece.

Si los manuales de mitología nos enseñan que para crear un héroe es necesario encontrar antes un monstruo, Merkel se ha servido de la monstruosa deuda que acosa a Europa como enemigo común ante el que sacar el látigo del ahorro.

Gracias a esa imagen de azote de los pecadores del despilfarro, ayer consiguió reconciliarse con las bases cristianodemócratas alemanas y podemos contar con que seguirá cultivándola en Bruselas de aquí a 2013, fecha de las próximas elecciones generales, a las que, según ha dejado entrever, quiere volver a presentarse.

Mostrando la cara más dura de Europa, por tanto, Merkel volvió ayer a rechazar los eurobonos y clamó por el establecimiento de «sanciones verdaderamente automáticas a los países incumplidores de los criterios de estabilidad y competitividad». Además, apostó por una mayor unión fiscal y preparó a su partido para los conceptos que deberá digerir en cuestión de semanas y al que la canciller se refirió como «unión política».

Después de repasar la retahíla de los padres fundadores alemanes del euro, dijo que «la misión de nuestra generación es culminar la unión económica y monetaria y alcanzar la unión política», insistiendo en que no hay más camino que «más Europa».

Una de cal y otra de arena, no olvidó referirse en tono solidario al resto de socios a los que también está dispuesta a liderar y tendió puentes hacia el Mediterráneo asegurando que «las preocupaciones españolas son también las preocupaciones alemanas». Nadie lo diría, a tenor del discurso de triunfalismo económico tan en las antípodas de la realidad española.

«Somos una potente máquina de creación de empleo. Dijimos que Alemania podía ir a más y lo hemos demostrado. Somos el motor económico y el mayor factor de estabilidad en Europa», presumía Merkel, apoyando en la macroeconomía su liderazgo político.

Del ideario con el que pretende liderar a Europa forma parte una «economía al servicio del ciudadano, y no al contrario». Su empeño en introducir su tasa a las transacciones financieras internacionales dentro de la reforma de los mercados financieros, así como su porpuesta para implantar un salario mínimo hasta ahora inexistente en Alemania hace que sus enemigos le acusen de estar «socializando la CDU».

Pero es gracias a este cóctel de revolución europea y principios luteranos como Merkel ha conseguido en sólo un mes elevar su tasa de popularidad en las encuestas desde el 45% hasta el actual 56% «¿Que cómo lo ha hecho? Pues enfrentando la crisis cara a cara y explicándola con franqueza, sin tapujos», decía anoche Ralph Brinkhaus, miembro del Comité Financiero del Parlamento alemán y miembro también de la CDU, para quien el mensaje de Merkel es que «o se apuesta ahora por Europa o Europa morirá».

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