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El dictador yemení, cuarto trofeo de las revueltas.

Ali Abdulá Saleh se sumó ayer al tunecino Zine el Abidine Ben Ali, el egipcio Hosni Mubarak y el libio Muamar Gadafi en la creciente lista de líderes caídos a manos de la Primavera Árabe. Después de 33 años de autoritarismo y nueve meses de multitudinarias protestas que pedían su cabeza, el dictador yemení voló ayer a Arabia Saudí y firmó un acuerdo para traspasar inmediatamente los poderes a su vicepresidente a cambio de inmunidad en eventuales juicios.

La televisión estatal saudí recogió el momento en que Saleh, sonriente y sentado junto al rey Abdalá en Riad, estampó su firma en cuatro copias de la propuesta. Acto seguido, aplaudió brevemente.

Con la economía a punto de caer en la bancarrota y ante el estallido de sangrientos choques entre distintas facciones armadas del ejército, los yemeníes esperan que la solución alcanzada ayer ofrezca una salida a una agitación que ha causado la muerte de cientos de personas y ha dejado al país al borde de la guerra civil.

El acuerdo, esbozado inicialmente por las monarquías del Golfo en abril, establece que Saleh mantendrá el título honorario de presidente mientras su número dos, Abd al Rabb Mansur al Hadi, forma y encabeza un Gobierno de unidad nacional hasta las elecciones de febrero. En contrapartida, a Saleh y a su familia se les garantiza inmunidad.

El dictador se había aferrado al poder a pesar de afrontar meses de protestas callejeras, deserciones de generales, embajadores y altos cargos de su Gobierno e incluso, el pasado junio, un ataque con bomba contra su palacio por el que fue hospitalizado durante tres meses en Arabia Saudí.

El acuerdo permitirá a muchos familiares de Saleh conservar sus puestos políticos o militares y, al mismo tiempo, parece poco probable que vaya a servir para apaciguar a los miles de jóvenes manifestantes acampados en las plazas por todo el país para reclamar que el tirano sea procesado.

Al conocerse ayer que Saleh salía rumbo a Riad, los yemeníes emprendieron una marcha espontánea en Saná. Miles de jóvenes dejaron su campamento, bautizado como la plaza del cambio, y comenzaron a dar puñetazos a los capós de los coches mientras gritaban: «No a la inmunidad, no a los saudíes».

Para ellos, el pacto responde a una negociación entre las élites políticas y no atiende las demandas del pueblo. Otros temen que la salida repentina de Saleh vuelva a avivar las hostilidades entre sus partidarios y oponentes. Dos de los rivales del tirano, el general desertor Ali Mohsen al Ahmar y el líder tribal Hamid al Ahmar, no han formado parte del acuerdo y podrían poner trabas.

«Estamos entrando en un nuevo capítulo político», explicó Foad al Salahi, profesor de Sociología Política en la Universidad de Saná. «Pero, como muestra Egipto, esto marca el inicio de un largo y doloroso proceso de reformas. La formación de un Gobierno de unidad nacional y la reestructuración del ejército deben ser las prioridades».

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