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«Es que si no se habría acabado el juego», asegura. Si tú sabes cómo va a ser un viaje, no viajas; si estás seguro de que te vas a ligar a esa chica, no disfrutas. Es como el pintor cuando pinta, o el poeta cuando escribe, o el arquitecto cuando proyecta: si sabes lo que vas a hacer no hay emoción. Las cosas se hacen desde la duda, desde esa lucha terrible por conseguir algo que no estás seguro de conseguir». Desde la duda, Francisco Javier Sáenz de Oiza ha conseguido más cosas de las que asume y presume, y quizá, su mejor monumento es él mismo.

Dentro de la producción literaria de Federico García Lorca, Así qué pasen cinco años es, en la parte dramática de esa producción, respecto a Bodas de sangre, por ejemplo, lo que, respecto al Romancero gitano es Poeta en Nueva York. Cierto que en toda la obra de Lorca, sea lírica o dramática, el elemento surreal está muy presente en las imágenes y en las metáforas, pero lo que Bodas de sangre y Romancero gitano tienen de elementos populares y hasta realistas en su encarnadura última lo tienen Poeta en Nueva York y Así que pasen cinco años de elementos intelectuales y de visión surreal. 

Pienso que toda creación surrealista tiene unas claves que solamente el autor conoce. ¿Qué podemos comprender de los sueños de otro, o de los vaivenes de las imágenes del subconsciente? Nada, o casi nada. Entonces, de lo que se trata, ante una obra surrealista, es de, en primer lugar, hacer la propia lectura -puede haber tantas como espectadores-; en segundo, captar un clima, que es en definitiva a lo que se reduce el vehículo de la emoción estética. Otra cosa diferente sería querer racionalizar lo irracionalizable. 

El autor de un drama surrealista nos exige prácticamente un acto de fé. Aceptamos su propuesta o no. Pero, si la aceptamos, tenemos, como el creyente, que confiar ciegamente, sin pedir explicaciones, y, en último término, gozar con la visión, con la contemplación.

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