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Exclusiva: La melena de Letizia Ortiz


Parece ser que Dublín, la anterior «Capital Cultural» acabó su andadura de luces peor que las anteriores, tras comerse los higadillos de Joyce en un periplo culiliterario y esplín por el «Ulises» y llevar a cabo una serie de actillos que dejaron un regusto húmedo y amargo; con estos fastos grandilocuentes es que hay que tener cuidado. Pero con la llegada del nuevo año las tornas cambian: sale el sol y viene, por decirlo así, en un arranque de hispanidad la capitalidad cultural a instalarse en un enclave provinciano: Madrid, Villa y Corte por dedo, porque esto antes no era más que un coto de caza. 

Como ya sabrán hasta la saciedad, Madrid compite y comparte en esta loca carrera hacia la gloria turística e inversora con Sevilla y Barcelona, en un triple salto mortal. La bonita estará de gala seis meses de Exposición Universal, en pleno coqueteo con 113 países; oiga, cada uno con su pabellón y el de Japón construido sin un solo clavo. Barna, mucho más recia, lleva entrenando y «posándose» guapa diez años para tan sólo 16 días extenuantes, con un fervor olímpico que ya algunos comienzan a calificar de facha. 

Digan lo que digan, Barcelona ya ha ganado en infraestructuras y su promoción ha funcionado en todos los medios sin pagar tarifas publicitarias. Se destinarán 1.500 millones a la música clásica. «¡Madrí, Madrí, Madrí!»... seguro que desafinó más de uno, entre ellos Plácido Domingo (ese fideo que navega en todas las sopas, hoy nos dirige una orquesta y mañana quién sabe) y el chistoso de Manzano, un adicto duro a la zarzuela. 

Menos mal que se suspendió la que había programada para el día 16 en la inauguración del Auditorio de la Vaguada, una barriada donde Cristo perdió la moña, un teatro con aforo para 920 butacas encaramadas y deportivas; es decir, ridículo, aparte de feo. No obstante, Cristóbal Halffter estrenó y dirigió en el Auditorio Nacional, porque éste sí que sabe manejar el palito, su Preludio.

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