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Es cierto, también, sin embargo, lo que el citado hermano del poeta dice -y puede que hasta tuviera una fraternal confidencia al respecto- sobre que Federico quiso crear una entidad dramática y proyectar hacia el público una acción en la que la libertad de tratamiento viniese a potenciar, en términos poéticos, su dramatismo. 

En este orden de cosas, yo aconsejaría una lectura de la obra, sustrayendo las escenas que son meros recitados de poemas y que se desarrollan, inclusive bajo otra luz escénica, al margen de la leve, pero existente -más que el Le chien andalou, por supuesto- acción dramática -como la del niño muerto y el gato. 

También las que se desarrollan entre el arlequín, el payaso y las máscaras, o aquéllas en las que interviene el maniquí-, para quedarse con el juego dialéctico entre el joven, por una parte, y la novia o la mecanógrafa enamorada por otra, o, en otra dimensión, de aquel con sus amigos y el viejo, en los que quizá, como se ha señalado por algunos críticos, el autor quiso encarnar otras edades u otras facetas del yo del protagonista. Probablemente no es Así que pasen cinco años la producción de un Lorca en plena granazón como autor dramático, aunque el gran poeta de la vena popular del poeta granadino si está presente en esta obra. 

Pero que esta obra se escribiese antes de que en la estética teatral irrumpiesen de lleno las visiones de Ionesco, Becket, o Adamov es importante, y dice mucho respecto a lo que Federico García Lorca hubiese podido hacer en el arte escénico si su vida no se hubiese visto tan tempranamente truncada. Quiero decir con esto, que veo, en el surrealismo de Así que pasen cinco años, más una anticipación del teatro del absurdo, que una reflexión filosófica sobre el tiempo, a la manera en que lo hizo Priestley en sus tres famosas piezas.

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