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Los tocados de la cabeza...


Pregunta.- ¿Cuáles son las buenas razones de Sherbashin a propósito de la «operación encubierta» estadounidense? Respuesta.- Están los hechos. Fíjense en las frecuentes detenciones de personas en posesión de uranio enriquecido. Hay cierta campaña de desinformación. Recuerden la noticia de que algunas cabezas atómicas habían sido trasladadas desde Kazajstán a Irán. 

Se quiere crear artificialmente una opinión pública convencida de que no controlamos totalmente estos procesos, que no sabemos qué sucede con los detenidos. Se habla demasiado. Yo no tengo pruebas documentales, pero es indudable que todo esto conduce a una conclusión: se quiere hacer creer a la gente que los ex Estados de la URSS no son capaces de vigilar suficientemente la producción y conservación de las armas atómicas. Y que, consecuentemente, sería mejor establecer alguna forma de control. P.- ¿Usted no cree que existan razones para preocuparse sobre su arsenal estratégico? R.- Existen motivos de preocupación pero, al mismo tiempo, no creo que los políticos serios de cualquier país puedan dudar respecto al hecho de que las armas nucleares en Rusia no estén en manos seguras. 

P.- Hablemos de la «operación encubierta». También ustedes tienen la suya... R.- No, no la tenemos desde hace mucho tiempo. Desde antes del golpe, antes de que yo llegara. Ninguno de los que han escapado al extranjero, los traidores, ha hablado de ello. Y sabían muchas cosas. P.- Usted habla de traidores. También Kim Philby o Georges Blake, dos espías ingleses que se pasaron al Este, lo eran... R.- La verdad es que me resultan más simpáticos los que se pasaban con nosotros. Tomaron su decisión por razones ideológicas y políticas, rechazaron su sistema. Don MacLean, por ejemplo, era una de las personas más inteligentes que jamás he conocido, un lord escocés. Con su dinero habría podido financiar una red de «intelligence», sin embargo, se convirtió en espía. Tomemos en consideración, por el contrario, uno de nuestros últimos huidos a Bélgica, que ganan tanto dinero: no se les puede colocar al mismo nivel de un MacLean. 

P.- ¿Por qué usted, un académico, un científico, el hombre que ha jugado un papel decisivo en Oriente Medio, ha aceptado trabajar de James Bond? R.- En primer lugar, me he cansado de dar consejos. Quería hacer una cosa seria, pero de manera autónoma. En segundo lugar, nunca he relacionado los servicios secretos con la figura de Bond, un hombre guapo, fuerte, que sabe disparar desde todas las posiciones y que tiene un montón de amantes. Yo pensaba antes, y ahora estoy totalmente convencido, de que el espionaje es algo analítico, relacionado con la capacidad para sintetizar inmediatamente la información, para extraer las conclusiones consiguientes y hacerlas llegar a quienes deben tomar decisiones políticas. P.- ¿No se aburre ahora que viaja menos? R.- ¿Quién dice que viajo menos? Se trata sólo de que se habla menos de mis viajes. P.- ¿Viaja de incógnito? R.- Viajo con Aeroflot, no me pongo peluca, no me disfrazo y no uso pasaportes falsos. P.- En el mundo posterior a la Guerra Fría, la guerra de los espías continúa. ¿No ha llegado el momento de sentarse en una mesa para establecer las reglas del juego? R.- Es una idea muy justa. La acogeríamos si encontráramos otros defensores. 

Pero no se pueden imponer obligaciones en una sola dirección. Hoy son muchos los que se aprovechan de nuestras dificultades, querrían liquidar totalmente el trabajo de nuestra «inteligencia». Debo decir que ha aumentado la actividad de los servicios secretos extranjeros en los otros países. Es necesario saber claramente que todo gran país no puede prescindir de una estructura estatal tan importante como el servicio secreto. Y se equivoca quien piense que Rusia ha renunciado a ser un gran país.

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